-En este momento eres libre,
puedes escoger. Una opción es mi amor
infinito, para siempre, para todos los momentos en los que la oscuridad te
invada, en los que desees no existir y en los que pienses que estás solo. Si
escoges esta opción yo estaré siempre a tu lado, te amaré como tú me has enseñado y seré tuya; solamente tuya. La otra opción es que te vayas, te alejes
de mí y nunca vuelvas a hablarme. Sabes que así dejarás dos corazones rotos, el
mío y el tuyo. Y si crees que es el
precio a pagar por sentirte “libre”, hazlo. Pero has de saber primero que sé
con total certeza que sólo te sientes libre cuando me besas, cuando me hablas
primero y cuando volamos juntos, cuando me coges la mano y me enseñas que no
hay que tenerle miedo a nada. Pero, ¿sabes? Tú si que tienes miedo. Tienes
miedo al amor, crees impensable que alguien te pueda querer porque tú no te
quieres a ti mismo. Pero yo te quiero, te quiero y quiero que te quedes conmigo.
Cogió su mano y se la llevó a su
pecho, el cual bombeaba fuertemente, preso de la emoción y de la certeza. Él
dudó unos instantes, finalmente sonrió tímidamente, convirtiendo sus labios en
una fina línea recta.
-Lo siento…
Agachó la mirada mientras sus ojos
se humedecían y ella comprendió en ese momento que siempre habría algo por
encima de su amor.
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