Hoy le voy a escribir a lo que
pudo ser y no fue y a lo que fue pudiendo ser mucho más. A lo que perdí por no
saber conformarme, por querer ir siempre más allá y por querer volar libre, sin
darme cuenta de que no hay mayores
cadenas que las que impone la soledad. La soledad te ata a los recuerdos,
al pasado, a los buenos momentos. Y sin embargo, no te deja saborear el
presente, enamorarte de nuevas personas y disfrutar de los momentos que brinda
la vida; aunque éstos puedan dejar un gusto amargo cuando terminan.
Hoy quiero escribir unas palabras
a esos conciertos a los que fuimos juntos, en los que alzábamos el puño y
gritábamos “¡REVOLUCIÓN!” hasta quedarnos afónicos. A esos conciertos que
pudieron terminar en los baños cutres y sucios de los locales a los que íbamos,
pero terminaban con un: “adiós, ya nos llamaremos”. A todas las sonrisas de
pena, de disculpas, de “esto se acaba y aunque tu amor siga siendo infinito, yo
me marcho”. Esas sonrisas que podrían haber sido de felicidad, de amaneceres en
la misma cama, de ganas de vernos y de sentirnos tan cerca que la piel del otro fuera la propia.
También quería dedicarle unas
letras a los libros, aquellos libros que compartimos como si se tratasen de
sueños, de sentimientos y de miedos. A los libros que nos enseñaban como amar,
como militar, como creer en un futuro mejor; pero que nunca nos enseñaron como
construirnos un futuro mejor para nuestra relación.
¿Sabes? Ahora lo pienso y sé que
fueron los mejores días de mi vida. Tengo la certeza de que aquellos
sentimientos que compartimos no volverán, que nadie me hará sentir como lo hacías tú. Porque estar contigo era
apreciar millones de sentimientos, llevar una fragancia compuesta por mil olores
diferentes, escuchar una partitura que reflejaba todos los latidos de nuestros
corazones –tanto cuando estábamos juntos, como cuando nos echábamos de menos-.
Tengo la certeza de que aquellos sentimientos, aunque a veces asfixiantes, eran
los más puros que cualquier persona sentirá nunca. Nunca saborearé una mezcla
mejor que la de los celos, la angustia, la soledad, los abrazos vacíos y los
besos llenos de amor; las caricias en la espalda a las tres de la mañana y las
llamadas para recordarnos todo lo que nos queríamos.
Llegamos a querernos tanto, que
incluso llegó un momento en el que comencé a odiarte. Resulta paradójico,
porque ahora odio no poder odiarte; ni poder quererte como aquella vez. Te
echaré de menos y me echaré de menos a mí misma, porque contigo era una versión
mejor y peor a iguales partes. El amor
nos hace más intensos, magnifica nuestros sentimientos, la visión que
tenemos de los que nos rodean, pero al final, lo que queda es el tiempo y éste tan solo magnifica los recuerdos,
haciéndolos peores o mejores según la percepción inicial que tuviéramos de
ellos. Según el amor o el odio que sintiéramos cuando los vivimos; cuando nos
vivimos; cuando vivimos siendo “nosotros”.
Te quiero y te odio; por siempre.
Nunca podré quererte sin odiarte y viceversa, porque todo lo que me has
ensañado, está presente en mí, en mí día a día, en mi vida sin ti. Te querré y
te odiaré como me quiero y me odio a mí misma. Sabiendo que lo que soy, es
gracias a ti. Y siempre sentiré tu piel
como la mía, evocaré aquellos conciertos y levantaré el puño cuando nadie me
vea. Releeré alguna de tus frases favoritas y cuando la radio escupa
nuestra canción se me encogerá el corazón para dejarle un hueco al tuyo dentro
de mi pecho. Sé que nunca volverás, ni volverán los recuerdos ni los momentos
que compartimos. Tampoco necesario, porque tú ya vives en mí.
Es bonito querer a alguien pero odiarlo a la vez. Me encanto tu texto. Un saludo =)
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