Siempre se me
ha dado mejor escribir cartas de despedida que cartas de amor, que ironía. Es
más, la única carta de amor que escribí en mi vida no solo no me ayudó a
recuperar a esa persona, sino que la alejó aún más de mí. Algunos dirán que es
el destino, otros que es mi propia actitud, pero todos ellos se equivocan. No
hay explicaciones, no hay motivos, no hay cafés ni camas ni playas. Ni si
quiera quedan ya sonrisas y lágrimas. Hay un hueco y mucha ausencia, las
palabras de todas las cartas de amor que nunca me atreví a escribir
revoloteando por las paredes. Pero sobre todo, hay miedo, mucho miedo, un miedo
aterrador. Y una deuda eterna que guardo con el universo, las estrellas y las
puestas de sol, una deuda eterna con sus caricias y su sonrisa. Una deuda por
haberme hecho tan feliz.
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