Gente que piensa (en mí)

domingo, 9 de diciembre de 2012

Cartas a tus catástrofes.

Estos días saben a lágrimas en la mermelada, huelen a frío mezclado con castañas asadas y me recuerdan a cada paso que doy entre la nieve que ya no estás.
Ayer llovió, llovió mucho y a la vez poco, quizá lo demasiado para volverme melancólica pero no los suficiente para arrastrarme entre la marea, para ahogarme en mitad de la corriente. Ayer llovió y me acordé de ti. Las lágrimas hacían correr mi rimmel mejillas abajo y el aguacero se llevaba consigo la felicidad que había quedado marcada en el asfalto cuando aun nos besábamos y nos acariciábamos. El cristal se empañaba, las señoras sacaban sus paraguas y el hombre del tiempo comentaba que no llovía así desde hace doce años.
Y mientras tanto, bajo el vaivén del viento y el traqueteo de las gotas de lluvia en el cristal, yo pensaba en lo infeliz que era contigo. Es paradójico, porque ahora soy incluso más desdichada. Ahora tengo miedo, miedo a la oscuridad por las noches, a morir vieja y a los cafés solitarios. Antes estaba aterrada, temía enamorarme tanto que el agua calara mis huesos, que el viento despeinara mis sentimientos y que tú te marcharas sin decir nada. Así que ya ves, decidí marcharme yo. Y ahora te extraño, te echo tanto de menos que tiemblo con solo recordar tu sonrisa y tus miradas que contaban todo lo que tu alma callaba. Me estremezco al pensar que estarás con otra, alguien que valorará el amor que das a tu manera, descafeinado y un poco bipolar, pero de esos que llenan la sangre de ganas de vivir.
Desde que ya no estás me siento sola, desamparada, perdida ante este duro invierno y este blando corazón que se desmorona con cada segundo que pasa separado de tu piel. Te echo de menos y sé que siempre te voy a extrañar. Siempre es duro tomar decisiones, pero más lo es descubrir que hemos errado, pues significa aceptar que somos humanos, que fallamos y que no estamos por encima de todo. 
Que no estamos por encima del amor.


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