Gente que piensa (en mí)

miércoles, 9 de enero de 2013

A drink called loneliness.

Existen momentos en la vida que lo cambian todo. Momentos que no marcamos en el calendario, momentos que no esperamos. Llegan sin que nos demos cuenta y se asientan en lo más hondo de nuestro pecho para quedarse para toda la vida, para romper nuestros esquemas y transformar lo que somos.
A veces, la vida cambia rápidamente, sin que nos demos cuenta nos desubica. ¿Pero, qué hay de esas ocasiones en las que el cambio se produce tan paulatina y lentamente que ni si quiera lo notamos? ¿Qué hay de esas mañanas en las que despertamos y vemos que ya no somos los mismos, que nuestro entorno ha cambiado y que hemos perdido todo el sentido de la orientación?
Cuando nos sentimos solos, desolados o creemos que hemos perdido el camino, anhelamos un cambio, algo que transforme la situación de una manera tan radical que el dolor desaparezca. Nos gusta creer que si todo cambia nuestro corazón se arreglará, que iremos a mejor y que el paso del tiempo nos curará. ¿Acaso es cierto? ¿Qué ocurre cuando nos damos cuenta de que la tristeza sigue dentro de nosotros a pesar de haber cambiado de vida, de amigos, de color de pelo, de forma de vestir e incluso de sueños? No podemos escapar de lo que somos, de lo que nos asusta o de lo que nos hace daño. Podemos huir de aquellos que nos marcan, de aquellos que nos rompen el corazón, pero no podemos superarlo sin enfrentarnos a ello. El tiempo vuela, se nos escapa de las manos, pero en lo más profundo seguimos pensando en lo que hicimos mal, en cuál fue el momento en el que nos equivocamos... Los cambios no significan poder pasar página, poder ir a mejor, lograr los finales felices que tanto anhelamos. 

Y sin embargo, son inevitables; tan inevitables como respirar, enamorarse o morir.


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